Es difícil encontrar en los libros de historia de la psiquiatría los inicios de la esquizofrenia como una enfermedad. La nomenclatura y descripción empleadas, solo nos permiten encontrar síntomas que en la actualidad podrían corresponderse a esta enfermedad.
Las enfermedades graves eran los procesos atribuidos a la influencia de demonios malévolos.
Estas
enfermedades debían atajarse mediante conjuros, danzas, efectos
mágicos, hechizos, talismanes y otras medidas. Si al final el
demonio entraba
dentro del cuerpo todos los esfuerzos se centraban
en convertir en inhabitable el cuerpo al demonio con apaleamientos,
torturas o haciendo morir de hambre al paciente. El espíritu ajeno
se podía echar con pociones que provocaban un vómito violento o se
expulsaba a través de un agujero realizado en el cráneo.
Durante
siglos, la sociedad hizo pagar a los enfermos mentales un precio muy
caro por su mal. Su extraño comportamiento ha provocado la cruel
hostilidad de la ignorancia. En los primeros tiempos del cristianismo
se creía que estaban poseídos por el demonio,y se les abandonaba a
su suerte, aunque los monasterios daban albergue a algunos. En el
siglo XV, el abandono se convirtió en persecusión activa: se les
torturaba y se les quemaba vivos.
Pese
a que con el Renacimiento se empezó a achacar la locura a causas
físicas, todavía se la consideraba un justo castigo, quizá por una
vida inicua. Los locos eran encarcelados, y se les encadenaba al
suelo. Sólo al principiar el siglo pasado, los nuevos médicos y el
descubrimiento del inconsciente abrieron la puerta para comprender
estas dolencias. El tratamiento compasivo que dan hoy muchos
hospitales es un tardío reconocimiento de que las fuerzas que los
acosan, nos acosan a todos.
La
Edad Media heredó de los griegos y romanos la creencia de que los
enfermos mentales estaban poseídos por los demonios, pero los
antiguos los trataban con bondad y ceremonias religiosas. Con la
caída del Imperio Romano la ruina de las instituciones sociales, no
se tuvo ningún cuidado de los locos, que con frecuencia tenían que
esconderse en los bosques. Los monasterios eran su único refugio, y
la oración su principal tratamiento curativo, y en esta época de fe
vigorosa, el exorcismo y la curación por la fe solían ser eficaces.
Pero
el siglo XV, la fe, acosada, se había puesto a la defensiva. Las
guerras, el caos y la peste negra provocaron epidemias de locura
(danzas, delirios colectivos) que, a su vez, llevaron a cacerías de
brujas en masa. La Inquisición sostenía que locos y locas eran
brujos peligroso. Si la tortura no expulsaba al diablo, se recurriría
al fuego.
En
el Renacimiento, la autoridad secular sustituyó a la eclesiástica
en muchos aspectos de la vida. Los monasterios dejaron el cuidado de
los enfermos mentales a la sociedad, que se limitó a encarcelarlos.
En 1547, el monasterio londinense de Santa María de Belén se
convirtió en el hospital municipal llamado Bedlam (manicomio, en
inglés). En él, como en casi todos los manicomios, se encadenaba a
los locos entre los delincuentes, sin que eso inquietara a la
sociedad. Los guardias golpeaban a los furiosos; a otros les
aplicaban sangrías, vejatorios o purgas. En el siglo XIX, algunos
médicos, aunque desconcertados por la enfermedad, se esforzaron por
mejorar las condiciones de vida. El Doctor Benjamín Rush, que hacia
1800 instituyó el primer curso de psiquiatría en los Estados
Unidos, daba a los enfermos cuartos calientes y enfermeros humanos.
Pero aun a él lo engañó la ignorancia de la época: "Sangrándolos
hasta que perdían el conocimiento, (los locos) se curaban".
En
1793, en un París que bullía con ideas revolucionarias, Phillippe
Pinel fue nombrado médico de Bicêtre, infierno al que la ciudad
arrojaba a los locos. Pinel tenía sus teorías revolucionarias, una
de las cuales era librar a los enfermos de sus cadenas. Cuando habló
de sus planes con el comisario de prisiones, éste le preguntó: "¿No
está usted loco también para liberar a estas bestias?" Pinel
respondió: " Tengo la convicción de que la gente no es
incurable si se le da aire y libertad". Y dio las dos cosas s
sus pacientes. La primera "bestia" que liberó había
vivido encadenada y a oscuras 40 años. Al ver el cielo, exclamó:
"¡Qué hermoso!" La segunda encadenada 10 años, la sanó
y se convirtió en el guardaespaldas de Pinel.
Al
ver justificadas sus teorías en Bicêtre, Pinel procedió a reformar
la Salpêtrière, hospital de París para locas. Organizó
ejercicios, conciertos, lecturas y visitas de los amigos. Pinel, el
reformador más destacado de su época, no fue el único. Durante el
mismo periodo, Vicenzio Chiarugi, en Italia, liberaba a los locos de
sus cadenas, y en Inglatera, el Asilo Cuáquero de York trataba con
humanidad a los enfermos mentales.